sábado, 5 de octubre de 2013

Reseña histórica de la Toma de Zacatecas

Amaneció radiante el día 23 de junio de 1914.
En la víspera, el general Ángeles hizo un movimiento que dejó perplejo al enemigo: retiró las piezas de artillería de sus posiciones originales y las emplazó en sitios imperceptibles y muy cerca de las líneas defensivas de los federales. Los últimos tres días convenció a los huertistas que ya tenía definidas sus posiciones.
El disparo de un cañón a las diez de la mañana en punto anunció el inició de la batalla. Los villistas avanzaron por los cuatro puntos cardinales intentando arrebatar a los federales sus posiciones en la Bufa, el Grillo, la Sierpe, Loreto y el cerro de La Tierra Negra. Cuarenta cañones –28 por el norte y 12 por el sur- entraron en acción al mismo tiempo para apoyar el despliegue de la infantería que ascendía presurosa por los cerros que rodeaban la ciudad.
La artillería de Ángeles inició el fuego sobre los bastiones federales ubicados en los cerros. Bajo una fuerte lluvia, Villa lanzó ataques de caballería y de infantería en contra de las defensas que protegían la ciudad. Contra el pesado fuego de las ametralladoras y contra la artillería bien alineada, la División fue ganando terreno inexorablemente. Las pérdidas de Villa fueron cuantiosas, pero la artillería de Ángeles atrajo el fuego deliberadamente hacia sí misma para que las fuerzas atacantes pudieran avanzar. Ángeles escribirá: “…la artillería intimida; cuando el cañón truena, el enemigo se esconde y nuestra artillería avanza, y cuando el enemigo se atreve a asomar la cabeza, ya tiene a la infantería nuestra encima, y abandona apresurado la posición."
Tropas villistas irrumpieron en la ciudad desde la Estación del ferrocarril, pero fueron repelidos por el general Benjamín Argumedo y sus "colorados". Sin embargo, ante el empuje de los villistas, Argumedo tuvo que retirarse de la contienda, huyendo con sus tropas hacia la hacienda de Trancoso.
Los veintidós mil hombres de la División del Norte se movían en completa armonía bajo la dirección de Ángeles. El general había logrado la perfecta conjunción entre las brigadas del ejército villista. “La artillería obrando en masa –escribió Ángeles- y con el casi exclusivo objeto de batir y neutralizar las tropas de la posición que deseaba conquistar la infantería y ésta marchando resueltamente sobre la posición en donde la neutralización se realizaba. ¡Qué satisfacción la de haber conseguido esta liga de las armas!”
Ángeles estaba enardecido; parecía encontrarse en una dimensión diferente al resto de los hombres, en un sitio privilegiado, exclusivo para el guerrero. Las granadas estallaban encima de su punto de observación o lo rebasaban por completo. Con sus binoculares alcanzaba a divisar al abanderado que corría al frente de su brigada avanzando sin parar. Entonces calibraba nuevamente los cañones y alargaba el tiro para apoyar el asalto final de la infantería sobre alguna posición.
En medio del fuego de la fusilería, Ángeles tomó su caballo para cerciorarse del estado que guardaban otros puntos de la batalla. En camino a Loreto encontró a Villa. Ambos generales con sus estados mayores, cabalgaron juntos mientras escuchaban “alegremente” los disparos de la artillería villista. Los cañones federales intentaban pegarle al numeroso grupo; sus tiros, sin embargo, quedaban cortos.
Una granada explotó a escasos tres metros de donde se hallaban Ángeles y Villa observando el combate. El humo cubrió por algunos instantes a los dos jefes y a sus hombres. Cuando el humo desapareció había varios cadáveres mutilados. Para mala fortuna no había sido disparado por del enemigo. El proyectil era villista, explotó en manos de un artillero que preparaba su lanzamiento. Para evitar que los soldados entraran en pánico o pensaran en el riesgo que corrían al manejar las bombas, Ángeles gritó: “No ha pasado nada, hay que continuar sin descanso; algunos se tienen que morir, y para que no nos muramos nosotros es necesario matar al enemigo. “¡Fuego sin interrupción!”.
Alrededor de las dos y media, se capturaron las cimas que dominaban la ciudad, a las cuatro de la tarde cayó el cerro de El Grillo después de un rudo y sangriento combate, y a las seis, se abatió la posición de La Bufa. Los federales iniciaron su retirada en forma alocada y desorganizada. Antes, dinamitaron el edificio federal, que también servía de arsenal y la explosión mató a unos trescientos civiles, en su mayoría mujeres y niños. Más civiles murieron por las explosiones provocadas para destruir edificios estatales y municipales. Los villistas tomaron la ciudad desde tres direcciones y a pesar de sus grandes pérdidas, la superioridad numérica se impuso. Los federales, rodeados, trataron de encontrar una salida, algunos cientos pudieron escapar hacia Aguascalientes, destruyendo las vías del ferrocarril a su paso, pero la mayoría murieron acorralados entre fuego de enfilada y cruzado. Luís Garfias (Aspectos Militares de la toma de Zacatecas) concluye: “A pesar de todo, las tropas federales lucharon encarnizadamente y, de hecho, combatieron hasta el último momento en condiciones muy adversas. Prueba de ello fue el número de generales que murieron en batalla”.
Hacia las 5:40 de la tarde, el triunfo de la División del Norte estaba cerca. El enemigo abandonaba sus posiciones y huía de manera desorganizada. “No los veíamos caer, pero lo adivinábamos –escribió Ángeles-. Lo confieso sin rubor, los veía aniquilar en el colmo del regocijo; porque miraba las cosas bajo el punto de vista artístico, del éxito de la labor hecha, de la obra maestra terminada. Y mandé decir al General Villa: ¡Ya ganamos, mi general! Y efectivamente, ya la batalla podía darse por terminada, aunque faltaran muchos tiros por dispararse”.
Unos minutos después, las tropas villistas tomaban posesión de la Bufa y del Grillo y avanzaban sobre la ciudad. Las calles de Zacatecas presenciaron una de las peores matanzas de la revolución. Los revolucionarios acabaron con todos los soldados federales que encontraron a su paso. Saquearon casas, edificios y oficinas. En algunos casos arremetieron incluso contra la población civil. Los siete kilómetros que mediaban entre Zacatecas y la población de Guadalupe terminaron tapizados de cadáveres impidiendo el tránsito de carruajes. Las tropas villistas avanzaban poco a poco hacia las posiciones federales, tomando cada una a sangre y fuego. Finalmente tomaron el cerro de la Bufa, con lo cual la trampa fue cerrada hacia el enemigo. Mientras tanto, Felipe Ángeles había mandado que un batallón tomara posiciones en el cerro de la Virgen cubriendo el camino real hacia Guadalupe, a fin de cortar la retirada a las fuerzas federales. Muchos civiles murieron en esta retirada, pues los villistas no hacían distinción de personas en la huida.
En uno de los edificios del centro de la ciudad se encontraba un joven oficial del ejército de Huerta. Su misión era defender el parque y las armas que se encontraban almacenadas ahí. Cuando los villistas entraron a la ciudad, el oficial supo que no tenía escapatoria. Esperó a que llegaran los revolucionarios y cuando intentaron entrar hizo volar el edificio. Decenas de víctimas de ambos bandos quedaron entre los escombros de la vieja construcción.



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